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Retenemos el agua

Las plantas cespitosas absorben la mayor parte del agua que necesitan a través de las raíces. La lluvia puede constituir, en algunos casos, dependiendo del programa de mantenimiento y las especies cespitosas elegidas, el principal aporte del agua al suelo; pero en cualquier caso es necesario que el suelo tenga capacidad suficiente para almacenar el agua caída entre los aportes, sea de procedencia natural o artificial e igualmente la planta presente condiciones apropiadas para su captación. La capacidad del suelo depende, principalmente, de su textura, estructura y profundidad... Así nos podemos encontrar con una serie de factores que están relacionados con la capacidad de agua disponible en el suelo, que no es otra que la porción de agua que puede ser absorbida por las raíces de la planta cespitosa con suficiente rapidez para cubrir su demanda. De este modo el agua disponible para las plantas se sitúa entre la capacidad de campo y el punto de marchitamiento.

Podemos recordar que un suelo tiene su capacidad de campo cuando se ha eliminado por gravedad el exceso de agua (el agua ocupa los poros pequeños y el aire una gran parte del espacio de los poros grandes). Y, de igual modo, el punto de marchitamiento se puede establecer cuando el césped ya no puede absorber toda el agua que necesita, ya que ésta se ha ido perdiendo, a partir de la capacidad de campo, por evaporación y por el propio gasto o consumo de la planta.

Así podemos resumir, y decir que los principales factores que influyen en la capacidad de retención de agua, son los siguientes:

La estructura. Gracias a un suelo con gran contenido de poros y de todos los tamaños facilita la aireación y aumenta el contenido de agua disponible. Los suelos arenosos tienen una gran proporción de poros grandes, que están ocupados por mucho aire y poca agua, y al contrario, los suelos arcillosos tienen una gran proporción de poros pequeños, que almacenan más agua que aire.

El calcio también interviene en la estructura del suelo, especialmente en calles. Mantener en el suelo un nivel adecuado de calcio (del 2 al 3% o de cal intercambiable en suelos ligeros, arenosos, y 2 ó 3 veces más en suelos pesados, arcillosos) es fundamental para regular la estructura y propiedades físicas del suelo. Aportar calcio al suelo supone un incremento en la formación del complejo arcillo-húmico, tan importante para la mejora de la estructura del suelo y para la fijación de los cationes de las sales en él contenidas; igualmente el calcio en el suelo aumenta la actividad biológica; en suelos pesados, contribuye a disminuir la compactación, aumentando su permeabilidad al aire y al agua.

La textura. Es de pensar que los suelos de textura fina retienen más cantidad de agua que los suelos de textura gruesa, tanto en lo referente a la capacidad de campo como en el punto de marchitamiento. Esto se debe a la gran cantidad de partículas pequeñas y al elevado volumen de poros pequeños que contienen los suelos de textura fina. Sin embargo, en algunos suelos arcillosos el punto de marchitamiento es tan alto que retienen menos agua disponible que otros suelos con menor contenido en arcilla.

La materia orgánica. Sabemos tiene una elevada porosidad, que le permite retener una considerable cantidad de agua, incluso algunos suelos con un alto contenido en materia orgánica pueden retener un peso de agua superior a su propio peso. La influencia de la materia orgánica sobre la capacidad de retención es mayor en los suelos arenosos que en los arcillosos.

El humus, que también interviene en la estructura del suelo, es importante, ya que además de aumentar la capacidad de retención de agua, una cantidad de humus adecuada (entre el 1,5 y el 2 %) es esencial para conservar su fertilidad, porque proporciona una serie de ventajas, entre las más importantes está la de aumentar el grado de compactación en suelos ligeros y al contrario, disminuye la de los suelos compactos; también aporta elementos minerales, como nitrógeno, fósforo, potasio y oligoelementos; aumenta la actividad biológica del suelo; aumenta la capacidad de cambio de iones del suelo, mediante el complejo arcillo-húmico; posibilita la asimilación del fósforo por las plantas, tanto en los suelos ácidos como en los básicos; favorece la absorción por la planta de los nutrientes; y ejercen una acción estimulante sobre el crecimiento de las raíces.

El espesor del suelo explorado por las raíces. Un suelo profundo puede retener una gran parte de las necesidades de agua. Y en éstos son más eficaces unos pocos riegos copiosos que esa cantidad de agua repartida en más veces. También la secuencia de capas en el perfil del suelo afecta a la disposición del agua por la planta. Una capa arcillosa situada debajo de otra capa de arena retrasa la penetración del agua de infiltración, que queda acumulada sobre la capa poco permeable durante cierto tiempo; dependerá de la profundidad a que tiene lugar la acumulación para que esta agua se aproveche por el césped.

Del mismo modo la planta cespitosa debe estar preparada para captar el agua retenida en el suelo; así consideramos que el desarrollo radicular es prioritario y tenemos en cuenta que la profundidad radicular va a estar influenciada por los cambios estacionales; las prácticas de mantenimiento, como pueden ser la siega, la fertilización o el mismo riego, muchas veces este último se realiza, para favorecer el enraizamiento, en grandes dosis y bastante espaciados; y por las características del propio terreno; y por supuesto por las especies que conforman el césped. El mejor método para determinar la profundidad radicular de una zona es la inspección física del mismo.

Pueden presentarse muchos casos en los que en la superficie, que debería poseer un aprovechamiento práctico del riego en toda su delimitación, aparecen secas más o menos aisladas o en rodales, como resultado de poseer un suelo con una inadecuada textura o por una reducida profundidad efectiva, o como consecuencia del propio diseño (desniveles pronunciados, orientados a vientos dominantes, etc.) o debido a un incorrecto mantenimiento o a una defectuosa construcción, o como resultado de una deficiencia en el propio riego en estas zonas.

Profundidad radicular y textura del suelo juegan un papel muy importante en las cantidades de agua aplicadas y en la frecuencia del riego, así como en la eficiencia del mismo. También otros factores van a estar interrelacionados con los anteriores y son contemplados como características del suelo o del césped que pueden afectar, de cualquier forma, al riego, como la infiltración, la percolación, la misma compactación del terreno o un exceso de colchón.

 

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